jueves, 16 de octubre de 2014

Nadia, la mediadora.

Nadia toma de la mano a Ruth en el pasillo de su casa. Está oscuro y eso no le ayuda a dejar de temblar.
-Nada muere del todo –recita Nadia con voz pausada mientras acaricia a la pobre mujer. -Siempre queda un recoveco de información escondida en alguna parte.
Ruth infla el pecho por reflejo y asiente con la cabeza.
-¿Sabés dónde puede estar ahora? –le pregunta Nadia.
Ruth sonríe y con un gesto señala el final del corredor.
-A veces lo escucho –dice mientras se adentran– otras veces tengo la impresión de verlo recostado contra el escritorio… nunca dura mucho.
Se detienen antes de llegar al final del corredor, donde está la mayor actividad. Ruth traga saliva y se queda mirando el piso.
-¿Le tenés miedo? –pregunta Nadia.
Ruth se encoge de hombros.
-No es eso… Es que me da pena, me gusta que siga cerca mío, pero verlo llorar tanto, encontrar mi perfil en la pantalla cada vez que entro en la habitación me lastima. Quiero que se vaya de la casa, que no pierda tiempo. Quiero que no me olvide, pero ya no puedo estar así…
Las dos se sonrieron.
-Te entiendo –confiesa Nadia.
Ruth trata de soltarse, pero Nadia no la deja.
-Hacelo sola –le dice - ¿No lo podés hacer sin mí?
Nadia deja de apretarle la mano. Ahora le acaricia la palma, segura de que ella no puede sentir cosquillas ni picazón.
-Sí y él se va a ir, pero no por amor. Lo puede empujar el olvido, la desesperanza, el miedo… pero su espíritu va a quedarse en esta casa, sin importar que tan lejos se escape, y eso no te va a liberar.
-Le tengo miedo.
Nadia sonríe y la ayuda con amabilidad.
-¿Esta ahí? –pregunta Ruth.
Nadia cabecea para mirar dentro y asiente.
Ruth no alcanza a ver nada, por eso Nadia está con ella. Es de las pocas que puede. Para cualquiera sólo se distinguen las huellas de la presencia: un televisor prendido en un mismo canal, un libro en una mesa con un señalador dentro, una foto fuera de un álbum, un mp3 con las mismas canciones.
Nadia se acerca sin soltar a Ruth. Recién a un metro de la computadora traslada la mano de esta última al hombro y en silencio, abraza el aire alrededor de la silla. Inclina un poco la cabeza y empieza susurrar algo a un oído que nadie más puede ver.
-Nada muere del todo –dice –y los que nos quieren nunca nos abandonan, aunque no los podamos ver. Escuchamos sus pasos detrás de los nuestros, sentimos sus miradas desde algún rincón. Pero hay que seguir adelante, caminar por un sendero nuevo. Crearnos un alma para nosotros mismo que sobreviva al inevitable final.
De golpe Ruth pudo verlo con toda claridad. La barba de tantos días sin afeitar, los ojos rojos de tanto llorar. Se despega de Nadia y la imagen continua, ahora puede acariciar esa frente calva, esas mejillas que raspan, oler la humedad en la ropa.
-Él se merece una despedida –dice Nadia.
Ruth acerca los labios a la boca del hombre y deposita un roce. Él reacciona con incredulidad antes de sonreír. Se incorpora despacio, cómo quien recién se despierta y después de dar un paso, desaparece.
- ¿Terminó? –Dice Ruth mientras se seca unas lágrimas que no existen –Me siento alivianada.
Nadia le sonríe antes de señalarle la puerta.
-¿Qué quiere decir eso? –pregunta Ruth mientras Nadia apoya las dos manos en sus mejillas. Las manos de esta última están tibias.
-Los vivos ya no habitan en esta casa, ahora es el turno  que los muertos también la abandonen –dice, casi en un susurro –Hay que dejar el espacio libre para que nuevos mortales y difuntos la habiten.
La expresión de Ruth se volvió ansiosa.
-Ahora podés ir donde quieras… podés seguir del otro lado sin miedo, sin dolor, sin tristeza.
Ruth inspiro hondo y dio el primer paso. No le dijo a Nadia gracias ni chaú, solamente dio un paso y desapareció.
Sin nada más para hacer, Nadia dedicó un segundo a disfrutar del silencio. El silencio antes de desaparecer.

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