lunes, 20 de octubre de 2014

El ataque de los monstruos


Archibaldo nunca duerme antes de oír un cuento, ni siquiera la siesta, y su papá no se lo niega. Sin embargo, en una noche fría, cubierto hasta las mejillas con tres frazadas, dos edredones y un gorro de plush, Archibaldo no quiso un cuento cualquiera, quería una historia sobre la primera fábula que un papa contó para que un nene duerma tranquilo, sin que ningún monstruo se lo coma o, peor, lo despierte.
–¿Esa historia nunca te la conté?- preguntó el papá.
Archibaldo negó con la cabeza.
El papa lo pensó. Es una historia vieja, costaba acordarse cómo empezaba.
– ¿Me lo vas a contar o no? –dijo Archibaldo ansioso por oírla de una vez.
–Es que al primer chico que le contaron un cuento, no se lo contó su papa…

Antes la gente se pasaba el día enchufada a un cachivache: el “atontador”. No era malo, pero si uno le prestaba mucha atención olvidaba distinguir qué era verdad o mentira. Con el tiempo las personas creyeron que el atontador era la realidad y sus vidas un cuento. Estaban tan confiados, que cuando alguien quiso hacer una broma a través de este cachivache nadie se dio cuenta
Cuidado ciudadanos de la ciudad, que por las noches vagan monstruos hambrientos por toda la ciudad (el atontador repetía, pero ya nadie se daba cuenta) y se zampan ciudadanos descuidados de la ciudad. –Hubo imágenes raras para demostrarlo. Aunque no hacían falta ya, después de todo lo decía el atontador.
Nadie más quiso salir de noche… como los bomberos que hacían su turno. Tampoco trabajar, como los panaderos que horneaba el pan. Nadie ponía un pie fuera al anochecer, porque los monstruos podían zamparse a cualquiera sin excepción.
La noticia causo tanto revuelo qué, en vez de desmentirla, alguien prefirió abundar en ella. Después se escuchó decir al aparato:
Los monstruos ya no le tienen miedo al día, monstruosean para comerse a cualquiera que no sea monstruo y ande bajo el sol o las estrellas descuidado y sin saber que va a ser monstruosado de un tarascón. –Y había más imágenes que antes: sombras aterradoras, fotos borrosas, bocas abiertas fuera de foco.
Las plazas se vaciaron igual que las calles. Hasta la calesita giraba vacía.
Entonces el atontador dio la última noticia. La peor de todas:
Los monstruos parecen personas, se parecen a la persona que vive al lado de su casa o a la de la otra habitación o a la que tiene detrás ahora… Corra a esconderse.
Niños, adultos, valientes, cobardes, inteligentes o tontos se escondieron bajo las mesas, dentro de los armarios, en cajas de cartón, etc. Temblaban, esperando que un monstruo con forma de un pariente, un amigo o un conocido se los coma.

–¿Y que pasó? –preguntó Archibaldo.
–Ya va… no ves que tengo que hacer memoria porque no sé si se llamaba Pedro o Sergio. Ponele que era Sergio.

Sergio era el más miedoso. Tanto, que prefería hacer pis en una botella porque pensaba que los inodoros eran monstruos disfrazados.

–¿Y cómo hacía caca, papa?
–Shhhi… que esto es serio.

Sergio tenía miedo, pero con el tiempo empezó a tener hambre.

–¿Se estaba transformando en monstruo?
        ¡NO! Tenía hambre nomás… Y no me interrumpas de nuevo o dejo de contar.

Sergio pensaba en sanguchitos, en baldes de pochoclos y en jarras de jugo. Pero no quería dejar el escondite, aunque las botellas de pis apestaran. Hasta que un día entendió que ya no podía aguantar más. Soñó que comía una tarta de radicheta con una vaso grande de exprimido de remolacha. Y eso lo asusto. Algo había que hacer.
Llamó al dormitorio de su mamá.
–Tengo hambre –dijo.
–Fuera monstruo… no quiero que me comas –gritaron del otro lado.
Probó en el baño, donde se supone que se escondía su papá, y este no contestó. Tal vez el inodoro ya se lo había comido.
Caminó despacio hasta la cocina y en medio de los últimos rayos de sol vio una sombra alta y que se movía con pesadez.
–¡¡¡AAAAAAHHHHH!!! –grito Sergio.
La sombra se giró en seco y con sus arrugadas cejas y su arrugada boca y sus arrugadas manos lo agarró con fuerza.
– ¿Qué te pasa?
Sergio gritó un rato hasta que reconoció al abuelo. Después, cuando pudo hablar sin temblar, le contó lo qué pasaba. Claro, el abuelo no podía creer lo que oía y respondió:
–Los monstruos sólo existen en tu imaginación. Lo del atontador puede ser verdad, pero no quiere decir que sea cierto.
Sergio no le creyó. ¿Cómo algo puede ser verdad, pero no cierto?
–No te creo, es cierto porque lo dijo el atontador –dijo el nene, muerto de miedo.
El abuelo sabía que no era fácil explicárselo, prefirió calmarlo de otra forma.
–No hay monstruos… porque al ultimo lo cazó Gerardo de Rivia –dijo, encendiendo una vela –comé conmigo esta ensalada de rabanitos que te lo cuento.
Entonces el abuelo contó la historia de una princesa que se transformó en una bestia horrible por un encantamiento maligno y de cómo su padre contrató a Gerardo para que juegue con ella (O corra de ella) hasta que un gallo cante tres veces.
Mientras comía y bostezaba Sergio pensó que su abuelo mentía, eso nunca pasó… pero sin embargo era cierto. Cada palabra era cierta y al final Sergio se durmió.
La noche pasó y el nene, dormido en medio del living, notó que ningún monstruo lo devoró. Entonces corrió hasta el altillo, donde vivía el abuelo y lo despertó.
–Abuelo, abuelo… Ahora entiendo –dijo.
El abuelo sonrió.
–Ahora sabes que los monstruos no existen.
–No abue… los monstruos existen y se comen a la gente… lo dice el atontador… pero vos, con tus cuentos, los alejas.
El abuelo se llevó las manos a la cabeza y se fue a dormir.
A la noche, mientras el abuelo se preparaba la comida, Sergio apareció en la cocina y se quedó en un rincón. Al rato bajo su mamá y su papa, para ocupar los otros rincones.
–Sergio nos dijo que cuando contás historias los monstruos no vienen… contanos una a los tres –dijo la mamá de Sergio.
–Por fa – dijo el papá.
El abuelo preparó empanadas de alcaucil y jugo de acelga. Con un suspiro empezó otra fábula. Les contó la historia de un señor que se puso un pulóver tan estirado que al final se fue a vivir ahí, cultivando gardenias en las mangas y con una moqueta en la siza.
Todos rieron, comieron y se durmieron… y los monstruos no vinieron esa noche.

– ¿Y que pasó después?– pregunto Archibaldo
–Los papas se lo contaron a los vecinos y antes de dormir todos vinieron a oír las historias que contaba el abuelo para espantar a los monstruos. Con el tiempo otros abuelos y otros padres recordaron historias o las inventaron para espantar a los monstruos.
Archibaldo lanzó un largo bostezo antes de preguntar:
– ¿Y papá? ¿Esto pasó de verdad o lo inventaste?
El padre sonrió mientras Archibaldo se dormía.
–Lo inventé para vos… y sin embargo es cierto.

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