lunes, 27 de octubre de 2014
Robolución: Osiris desencadenado.
jueves, 23 de octubre de 2014
Un cuento mal escrito que no le importa a nadie, de alguien que se ve a si mismo importante
miércoles, 22 de octubre de 2014
Nadia viaja en subte (1ra. parte)
- Escuchame vos. No... Escuchame vos. No... Escuchame vos. No... Escuchame vos. No...
Nadia se puso de pie con cuidado, sin soltarse de una de las barras del vagón antes de caminar por el pasillo esquivando vivos y muertos. No estaba seguro del mal que podía hacer un muerto a otro. Mejor no averiguarlo.
-Perdon -dice sin ver para atrás, porque escucha:
-Escuchame vos. No... Escuchame vos. No... Escuchame vos. No...
De a poco empieza a perder la capacidad para ver a todos. La gente desaparece a lo largo del vagón a cada paso mientras las luces se apagan desde el extremo opuesto del tren.
-Escuchame vos. No... Escuchame vos. No... Escuchame vos. No...
Ahora hasta el motor del subte está mudo. Las palabras del muerto rebotan por todos lados:
-ESCUCHAME VOS. NO... ESCUCHAME VOS. NO...ESCUCHAME VOS. NO...
Quiere no prestarle atención, volver a su propio mundo, pero ignora cómo. Sabe que puede salir, sus manos rozan otros cuerpos, algunos cálidos y otros helados. Delante suyo una sombra se dibuja en el piso y crece por el vagón, con la proyección de una mano que estira unos dedos largos desde atrás. Los pelos de la nuca se le paran y ella se da cuenta que hace rato dejó de moverse.
Un tirón desde el hombro y se acaba...
lunes, 20 de octubre de 2014
El ataque de los monstruos
Biblioteca espiritual
Tuve, de causalidad, la suerte de conocerlo en su último mes, postrado en una cama de la mejor clínica y dos confesiones personales me regaló y que nadie jamás quiso repetir en letras capitales: nunca pude enamorarme y mi obra completa es absolutamente plagiada.
La primera no me resultó especial. Todos los que creíamos conocerlo estábamos seguros que él jamás alcanzó a sentir por nadie algo más que una admiración distante, pese a que muchos de sus personajes eran dolorosamente sentimentales e incapaces de controlar sus emociones.
Es obvio que la segunda confesión tampoco me resultó en un principio digna de mención. Toda su obra parecía extraída de una suma de reinvenciones mitológicas, simbólicas y proféticas que nos sitúa al autor dentro de podio de aquellos que parecen vigilantes eternos de los sueños. Es obvio que desde Pierce hasta ahora nadie cree en la generación espontanea, todos sabemos que Carpenter plagió a Lovecraft, que éste plagio a Poe y que éste a su vez a otro. Pero cuando le mostré mi falta de sorpresa, él insistió.
"-¡Es que todo lo plagié!-" me gritó en un desperdicio de su aliento.
No quise contradecirlo y durante un rato hable sobre su capacidad para emular en la prosa ciertas características de la poesía japonesa. Pero tuve que volver al tema, aunque la verdad es que tenía miedo de procurarle un disgusto.
Le comenté que es imposible. Que con tanto envidioso cualquier plagio es detectado en el instante. Entonces él suspiró de alivio.
-Hay una biblioteca de la que fagocito infinitos folios con nombre sugerentes, cada día nuevos ejemplares se le suman. Algunos pueden ser horrendos, pero a diferencia de otros libros, puedo captarlo al instante. En cambio los que son buenos, buenos de verdad, no son lectura. En cada hoja vieja y gastada la permutación de signos se convierten en la invocación multidimensional de una realidad paralela. Odiaba la ciencia ficción hasta que descubrí un libro que se llama "Portuario". Es sobre un encargado de un puerto perdido en el espacio profundo que luego de enterarse cómo una enfermedad letal acabó con toda la humanidad, tiene el primer contacto con una civilización extraterrestre y él no tiene más opción que contarles lo que fue la humanidad. "Muertepolis" una poesía épica que relata la interminable envidia que siente la vida por su hermana temible, famosa y respetuosa: la muerte. "Tolemac" una visión escéptica y obscena del Rey Arturo...
Hice un gesto para pedirle un segundo. Tolmac era una de sus novelas y se trataba de eso justamente.
Me sonrió.
-Toda mi obra... -hizo una pausa para gastarse un fin de semana entero de aliento en reír a carcajadas -Es lo que mi pudor, mi memoria y editores me dejaron plagiar. Mis novelas son fragmentarias, carentes de cohesión y menos que los garabatos de un infante comparada con los originales. Será por eso que en el fondo, todo el mundo me odia.
"Ahora déjeme solo. Estoy cansado de hablar."
Me retiré con ganas de inclinarme en señal de respeto, pero ahora me sentía tan enojado con él que no quería hacer otra cosa más que encontrar esa biblioteca y dar a conocer al mundo todas esas obras que permanecen ocultas. Sé que en algún lugar del mundo se esconden de la mirada pedestre del simple, miles de ejemplares que nunca van a ser publicados, porque su propia existencia contradicen el devenir simplista de las academias y los libros de historia. Me imaginaba a ... (perdón, casi lo nombro sin querer) hurgando entre manuscritos mal caligrafiados obras capaces de apagar la curiosidad que nos produce "El misterio de Edwin Drood", "trabajos de amor ganados" o hasta la mayoría del magnun corpus de Sófocles.
Un cuarto de hora después de despedirlo desande mis pasos, pero no alcancé a cruzar la puerta. Me quedé perplejo al verlo sentado en su cama, siguiendo con susurros la lectura de un libro cuyas paginas pasaba con deleite. Un libro que para mí y cualquier otro era invisible.
jueves, 16 de octubre de 2014
Nadia, la mediadora.
Nadia toma de la mano a Ruth en el pasillo de su casa. Está oscuro y eso no le ayuda a dejar de temblar.
-Nada muere del todo –recita Nadia con voz pausada mientras acaricia a la pobre mujer. -Siempre queda un recoveco de información escondida en alguna parte.
Ruth infla el pecho por reflejo y asiente con la cabeza.
-¿Sabés dónde puede estar ahora? –le pregunta Nadia.
Ruth sonríe y con un gesto señala el final del corredor.
-A veces lo escucho –dice mientras se adentran– otras veces tengo la impresión de verlo recostado contra el escritorio… nunca dura mucho.
Se detienen antes de llegar al final del corredor, donde está la mayor actividad. Ruth traga saliva y se queda mirando el piso.
-¿Le tenés miedo? –pregunta Nadia.
Ruth se encoge de hombros.
-No es eso… Es que me da pena, me gusta que siga cerca mío, pero verlo llorar tanto, encontrar mi perfil en la pantalla cada vez que entro en la habitación me lastima. Quiero que se vaya de la casa, que no pierda tiempo. Quiero que no me olvide, pero ya no puedo estar así…
Las dos se sonrieron.
-Te entiendo –confiesa Nadia.
Ruth trata de soltarse, pero Nadia no la deja.
-Hacelo sola –le dice - ¿No lo podés hacer sin mí?
Nadia deja de apretarle la mano. Ahora le acaricia la palma, segura de que ella no puede sentir cosquillas ni picazón.
-Sí y él se va a ir, pero no por amor. Lo puede empujar el olvido, la desesperanza, el miedo… pero su espíritu va a quedarse en esta casa, sin importar que tan lejos se escape, y eso no te va a liberar.
-Le tengo miedo.
Nadia sonríe y la ayuda con amabilidad.
-¿Esta ahí? –pregunta Ruth.
Nadia cabecea para mirar dentro y asiente.
Ruth no alcanza a ver nada, por eso Nadia está con ella. Es de las pocas que puede. Para cualquiera sólo se distinguen las huellas de la presencia: un televisor prendido en un mismo canal, un libro en una mesa con un señalador dentro, una foto fuera de un álbum, un mp3 con las mismas canciones.
Nadia se acerca sin soltar a Ruth. Recién a un metro de la computadora traslada la mano de esta última al hombro y en silencio, abraza el aire alrededor de la silla. Inclina un poco la cabeza y empieza susurrar algo a un oído que nadie más puede ver.
-Nada muere del todo –dice –y los que nos quieren nunca nos abandonan, aunque no los podamos ver. Escuchamos sus pasos detrás de los nuestros, sentimos sus miradas desde algún rincón. Pero hay que seguir adelante, caminar por un sendero nuevo. Crearnos un alma para nosotros mismo que sobreviva al inevitable final.
De golpe Ruth pudo verlo con toda claridad. La barba de tantos días sin afeitar, los ojos rojos de tanto llorar. Se despega de Nadia y la imagen continua, ahora puede acariciar esa frente calva, esas mejillas que raspan, oler la humedad en la ropa.
-Él se merece una despedida –dice Nadia.
Ruth acerca los labios a la boca del hombre y deposita un roce. Él reacciona con incredulidad antes de sonreír. Se incorpora despacio, cómo quien recién se despierta y después de dar un paso, desaparece.
- ¿Terminó? –Dice Ruth mientras se seca unas lágrimas que no existen –Me siento alivianada.
Nadia le sonríe antes de señalarle la puerta.
-¿Qué quiere decir eso? –pregunta Ruth mientras Nadia apoya las dos manos en sus mejillas. Las manos de esta última están tibias.
-Los vivos ya no habitan en esta casa, ahora es el turno que los muertos también la abandonen –dice, casi en un susurro –Hay que dejar el espacio libre para que nuevos mortales y difuntos la habiten.
La expresión de Ruth se volvió ansiosa.
-Ahora podés ir donde quieras… podés seguir del otro lado sin miedo, sin dolor, sin tristeza.
Ruth inspiro hondo y dio el primer paso. No le dijo a Nadia gracias ni chaú, solamente dio un paso y desapareció.
Sin nada más para hacer, Nadia dedicó un segundo a disfrutar del silencio. El silencio antes de desaparecer.